Para bien o para mal, el trabajo de los abogados es pelearse. Esto dicho en el buen sentido de la palabra. Su trabajo principal es defender los intereses de su cliente para lo cual, aunque no les guste, tienen que demandar a otras personas o empresas.
Siguiendo el famoso dicho de: “más vale un mal arreglo que un buen pleito”, el abogado tiene el deber de recomendarle a su cliente el mejor camino posible para solucionar su problema y, si evita que el pleito llegue a tribunales, su consejo legal será aún más valioso.
Ajustando un poco el dicho, lo mejor que puede hacer un abogado es “lograr un buen arreglo en lugar de un mal pleito”. Cuando el abogado pone primero sus intereses económicos (quiere cobrar más honorarios) y se esfuerza por llevar a su cliente a los tribunales, cuando puede solucionar su problema con un “buen arreglo”, sencillamente no solo está haciendo mal su trabajo. También está violando la ética profesional.
Nuestra experiencia nos ha enseñado que, cuando a pesar de que existen buenas posibilidades de resolver el problema extrajudicialmente (con un acuerdo o convenio), un mal abogado se empeña por llevar a su cliente a un juicio, atrás de ese mal consejo casi siempre encontramos un abogado frustrado.
Los litigantes no solo peleamos con los contrarios de nuestros clientes, también peleamos con sus abogados. Algunos sabemos que durante el pleito y después de terminado, el abogado del contrario solo está haciendo su trabajo y no debemos guardarle rencor. Otros menos dotados emocionalmente, se toman las cosas personales y van acumulando rencores y envidia para con sus colegas.
Como quiera que sea, y aunque los abogados vamos acumulando triunfos y fracasos y con cada uno de ellos vamos acumulando amigos y enemigos, tenemos el deber de poner siempre por enfrente de nuestras pasiones personales, los intereses de nuestros clientes.
Esto quiere decir que, por mucho que un abogado odie o envidie al abogado de la parte contraria, su deber es poner primero los intereses de su cliente y darle el mejor consejo legal posible, aunque eso implique reconocer que la parte contraria tiene razón y tiene una mejor posición frente a la ley.
Los asuntos de nuestros clientes no deben de ser oportunidad para desquitar nuestros traumas. Para eso es mejor contratar un terapeuta. El que está poniendo en riesgo su dinero, su negocio, su futuro y hasta su libertad, es nuestro cliente, no somos los abogados, por lo que no es justo privarlos del mejor consejo legal, por simple egoísmo o envidia profesional.
Mi recomendación es que tenga mucho cuidado con el abogado que contrata y, sobre todo, con los consejos que le da. Si tiene la más mínima sospecha que su abogado no le está dando un consejo legal correcto y que va a empujarlo a un juicio, cuando su sentido común o su sentido de negocios le dice que sería mejor llegar a un acuerdo, hágale caso a su intuición. Incluso solicite una segunda opinión pues recuerde que, al final de cuentas, si usted pierde el asunto y termina quedándose en la ruina o termina en la cárcel, para su abogado no será más que un caso más y ya buscará miles de excusas para justificar su fracaso.
Por: David Cristóbal Álvarez Bernal(*)
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*Socio Director de Bufete Álvarez y Asociados y Presidente del Consejo Directivo de Acciones Colectivas de Sinaloa, A. C.