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En teoría, todos los habitantes de esta ciudad pagamos los impuestos que nos corresponden, ya sean federales (IVA o ISR), estatales (tenencia) o municipales (predial) y, a cambio, tenemos derecho a que ese dinero se «regrese» vía obras y servicios públicos de calidad.

De nuevo, en teoría y dado que es un hecho notorio que pagamos muchos impuestos, que lógicamente se debe traducir en mucho dinero entrando a las cuentas del Gobierno, deberíamos de tener unas obras públicas espectaculares y unos servicios públicos de primer mundo.

En el papel, nuestra infraestructura urbana (calles, avenidas, drenaje, agua potable) y nuestras carreteras, deberían ser igualitas a las de los gringos, pero la triste realidad nos dice que, comparados con ellos, por lo menos en ese sentido, seguimos en el tercer mundo.

En pocas palabras, los ciudadanos tenemos derecho a la ciudad, entendiéndose por esto que debemos poder disfrutar del producto de los impuestos que pagamos, convertidos en bienes y servicios públicos de buen nivel.

Pero en la práctica, en la cruda realidad, ese derecho está muy devaluado. Bastan unas lluvias moderadas para que nuestro puerto se inunde y el sistema de drenaje colapse.

Basta viajar de esta ciudad a Culiacán por la «costera», que se supone debería estar en buenas condiciones, para sufrir y hacer corajes por el estado de mantenimiento tan deficiente que tiene.

Lamentablemente las cosas son así y hasta un niño se da cuenta de eso. Recuerdo una vez que viaje con uno de mis hijos pequeños a USA y, como todo niño, se la pasaba preguntando y preguntando cuando llegaríamos. De repente dejó de preguntar y me entró curiosidad y le pregunté por que ya no quería saber cuándo llegaríamos a USA. Su respuesta me dio risa pero también me puso a reflexionar: «Es que ya llegamos a Estados Unidos hace rato» y obviamente le dije: ¿Y cómo sabes? A lo que me respondió de nuevo: «Es que todo abajo ya se ve muy bonito».

De ese tamaño está deteriorado nuestro derecho a la ciudad que hasta un niño pequeño lo puede advertir. Pero, con llorar no lógranos nada, mejor vayamos empezando a exigir a los servidores públicos que dejen de gastar nuestros impuestos en sus lujitos que tan caros nos cuestan, y lo empiecen a invertir a donde deben ir: en mejorar nuestra ciudad y los servicios públicos para bienestar de quienes la habitamos.

Por: David Cristóbal Álvarez Bernal.

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